UN BLOG DE CARRERAS Y SENDEROS


jueves, 20 de septiembre de 2007






SUBIDA AL MULHACÉN

15 de Septiembre de 2007

A mediados del verano

me llamaron con la propuesta de subir al Mulhacén con un grupo de amigos. De inmediato la idea de sedujo, y a partir de ahí conté los días que faltaban para la partida con la misma ilusión que un niño esperando a los Reyes Magos.

Y no sólo por que se trata de la montaña más alta de la Península, rodeada, además, por otras semejantes, y que coronan un parque natural magnífico y grandioso, solo superado en Europa por los Alpes; sino porque la aventura iba a serlo en compañía de cinco compañeros, y a pesar de ello amigos. Buenos amigos, de los que se hacen después de muchos años de aguantarnos, y compartir momentos buenos y otros no tanto. La única condición era no hablar de trabajo, pero he de confesar que todos la infringimos un poco.

Hicimos noche en Sierra Nevada, que a la espera de la nieve y los esquiadores parece una ciudad fantasma. Y tanto, ya que algunos juran haber visto un espectro vestido de tiroles, cuando, antes del alba, rastreábamos en el comedor del hotel en busca de algo que desayunar.

A las 08.20 estábamos en El Hoyo de la Reina, a 2.521 metros de altitud, junto a Pradollano, donde empieza el Parque Natural, listos para salir. La primera sorpresa es el frío, estamos a 7 grados, y a partir de ahí no dejaron de bajar. Yo pensaba ir con una triste camiseta de algodón, pero tuve que rectificar. Afortunadamente Floren –natural de la tierra, y que durante toda la jornada ejerció como un guía inmejorable– me había hecho llevar ropa de abrigo.

Ya que he empezado con las presentaciones continuaré diciendo que además del citado, padre de la iniciativa, formaban el grupo: Aurelio y Julio de Sevilla, Carlos de Córdoba, Rafael de Melilla, y el otro Julio, de Algeciras, que suscribe.

A partir de aquí empiezan 19 kilómetros de ruta hasta la base de la montaña, y mi primera impresión es la sobriedad y la dureza de un paisaje sin un árbol, y donde no hay un matojo de más de diez centímetros de altura. Aquello es terreno de nieve, y falto de esta tras el verano, sigue manteniendo el aspecto sobrecogedor de la naturaleza en estado puro. A mitad de camino llegamos al pie del Veleta, con sus nada despreciables 3.392 metros, lo bordeamos por su cara suroeste y seguimos hacia el Mulhacén.

Cuando el sol se esconde tras las nubes y nos fustiga una racha de aire, hace un frío, que sin contemplaciones, te hace saber que eso es “la montaña”, pura y dura, y que elegir mal la ropa es un error que se paga.

El camino es amplio, y pese a que la política del Parque, quizá acertada, es la de no señalizar nada, es difícil perderse, incluso para los que no tienen el privilegio de ir con Floren. Tenemos suerte y logramos ver algunos ejemplares de cabra montes, respecto a la flora lo más llamativos son los borreguiles, unos pastizales húmedo que crecen en ausencia de nieve, y que agrupan varias especies vegetales, algunas endémicas. También se ven varias lagunas, hasta siete, que ha formado el deshielo en algunas depresiones del terreno.

De momentos todos vamos bien, sobrados, pese a que algunos (yo no) se echaron un cubatilla de más anoche…

Estoy acostumbrado a andar por lugares como el “Parque de Los Alcornocales”, y no puedo dejar de resaltar las diferencias entre uno y otro, en especial los árboles que arropan a este, pero sin que esto me empañe el esplendor y la fuerza que trasmite Sierra Nevada, todo lo contrario, y que llega a intimidar al que por primera vez camina por aquí. Por fin, en un recodo del camino, ves una gran vaguada, y tras ella, el Mulhacén. Que, al parecer, debe su nombre a Muley Hacén, penúltimo Rey moro de Granada y padre del famoso Boabdil. Se adivina desde lejos la senda que trepa por el costado de la montaña, y los que tienen buena vista son capaces de distinguir a otros grupos de excursionistas que nos preceden.

Cuando por fin llegamos al pie de la montaña y tras una breve pausa y un refrigerio elegimos una de las dos posibles sendas de acceso.

El ascenso es duro, unos 70 ó 75 grados de pendiente (calculados a ojo). Carlos es el primero, va ligero y con un paso que no deja lugar a dudas de que esta muy preparado, le sigue Floren también a buen ritmo. Un poco más atrás Aurelio y Julio S., más fuertes de lo que yo creía. Cerramos fila Rafa y yo. De vez en cuando aparecen unas parejas de aves negras y de pelaje brillante que no he sabido identificar. Parecen estar a gusto en las alturas e ignoran a los intrusos.

En el medio de la subida hay una chica llorando, ha calculado mal sus fuerzas y no puede ir ni para arriba ni para abajo. Afortunadamente va con dos jóvenes que la ayudan.

Sopla un viento helado que trae neblina, y que se instala en un momento dejándonos a Rafa y a mí sin ver nada a más de un metro. Nos paramos pensando que hacer, y al poco vemos como el aire va trayendo claros y jirones de nube alternados, que nos permiten seguir. Además, al estar parado te quedas paralizado por el frío.

Por fin llego, y la primera sorpresa es la cantidad de gente que hay allí. Hay otros tres o cuatro grupos de excursionistas que se turnan para fotografiarse en el hito de piedra que marca el techo de la península y en el pequeño altarcillo que hay junto a él. Veo que van todos muy bien equipados, con guantes, gorros y prendas adecuadas para esos avatares, y hacen bien, porque hace un frío que pela, y que cuesta trabajo de imaginar al que unas horas antes estaba en la playa chapoteando a treinta y tantos grados.

La vista desde arriba no es buena, ya que está todo cubierto de bruma, pero tras el mojón (y mira que no quería usar la palabra) que señala la cumbre, hay un cortado vertical que cae hasta la base de la montaña que te deja sobrecogido.

Aprovechamos un pequeño muro de piedra que nos facilita una esquina abrigada, y nos sentamos para comer unos bocadillos que tragamos, por lo menos yo, con algo de prisa, ya que no me apetece nada estar parado.

La bajada es mucho más rápida y cómoda, como por otra parte es fácil de imaginar, y siempre que no tropieces y caigas rodando. Si antes eran los gemelos los que trabajaban, ahora son los cuadriceps los que llevan la parte dura de la faena, y se nota. Por cierto no hay rastro de la chica de antes.

De vuelta al camino, al pie del monte, notamos que la temperatura es mucho más alta y agradable. Hay un refugio para pernoctar pero está atestado, incluso hay gente que ha acampado afuera, y eso que deben ser las tres de la tarde. En cualquier caso nosotros tenemos otros planes para la noche. En la vuelta vamos separándonos en grupos cada vez más distanciados. Julio S. insiste en hacer una parada, y desde entonces hay un mojón de más en las cumbres.

La vuelta se me hace más dura de lo que pensaba, los pies se quejan, y pasan factura de tres meses de inactividad. Y es que el verano es mala época para el senderista.

Vamos cansados, pero eso no nos impide ir planeando el regreso para el próximo verano, en el que, por lo menos yo, evitaré tomarle a la ligera el contar con la equipación adecuada. Afortunadamente el mal tiempo sólo lo ha sido “entre comillas”, pero espero haber aprendido a tomarme en serio la montaña.

En cualquier caso, y todos coincidimos, es una experiencia única e inolvidable, que ya estamos deseando revivir.

3 comentarios:

Cientounero dijo...

Saludos.

He descubierto tu blog y leí tu crónica de la carrera de Algeciras, que también corrí.
Solo animarte. Uno no tiene merito cuando ya lleva años corriendo y sale un día cualquiera al ritmo acostumbrado. En cambio cuando uno ve a alguien cuyo morfotipo no refleja costumbre de carreras indica que es alguien con una gran fuerza de voluntad capaz de romper sus hábitos. Esto es lo difícil, romper unos hábitos y los 6 primeros meses son los más dificil. Luego cuando llevas más tiempo el correr se te convierte en una necesidad y el día que no puedes correr te cabreas con el mundo entero.

Para aquellos que acostubran a andar hay un prueba muy bonita por la sierra de Ronda, los 101 kms, a mediado de mayo. Es una prueba que se puede hacer andando sin parar, sin necesidad de correr (así lo hice yo el primer año) y aquel que lo prueba se engancha.

un Saludo tambien en el campo de Gibraltar

Anónimo dijo...

Me encantan las excursiones de mayores; yo he ido a Torreciudad.

Anónimo dijo...

Como mola el anonimo de Torreciudad, aunque tuve que mirar en el Google para ver que coño es eso, una especie de "fatima" de andar por casa.
Los "viejos" tambien tenemos derechos y aspiraciones, y más con la viagra.