Fallaron Carlos D. con una pierna rota, Julio P. con un brazo y Aurelio con el estomago delicado; pero los demás estuvimos ahí en representación nuestra y suya (Julio S., Julio V., Santiago y Gonzalo). No sé si otros compañeros compitieron ya que no los vi.
La prueba fue tan dura como cabía esperar, en especial para los que cometimos la torpeza de no ir suficientemente abrigados.
El esplendido día soleado de la salida se convirtió, a ratos, en una incomoda jornada de frío, viento y chaparrones dispersos. A mí sólo me cayeron cuatro gotas, pero los de duatlón me contaron en la meta que les había granizado y las pasaron putas.
Yo iba suficientemente equipado con todo lo que podría necesitar, pero opté por dejarlo en el guardarropa confiando en lo que parecía una maravillosa mañana de primavera.
A los pocos que entraron en meta después de mí les cayó un chaparrón de los buenos, que yo vi tras las ventana del bar que hay junto a la meta.
La carrera en general fue satisfactoria, aunque hice más tiempo del que pensaba (7,10). Fui al trote la mayor parte del tiempo y sólo me sentí incomodo los últimos 10 kilómetros. Tenía mucho frio, en dos ocasiones me dirigí a colaboradores por si tenían alguna prenda o incluso una bolsa de basura que pudiera usar de abrigo, pero desgraciadamente no tenían. En el Km. 36 ó 37 encontré en una huerta un trozo de plástico lleno de tierra que me puse sobre los hombros y que me hizo entrar en calor enseguida, aunque creo que mi aspecto no ganó en elegancia. Me deshice de él al entrar en Ronda, abrigado por el calor del ambiente que hace de esta Ciudad y sus visitantes una de las más agradables de España.
Como se está convirtiendo en agradable contumbre, conste mi agradecimiento a Esther por su compañía y su reportaje fotográfico.
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